Reglas de urbanidad para las señoritas, del año 1859 – Antonio Rízquez

Entre las numerosas publicaciones y recortes de mi banco de datos, una de las más raras y preciadas es un librito publicado en Valencia en el año 1859, titulado Reglas de urbanidad para las señoritas, compuesto por don Fernando Bertrán de Lis. Por supuesto, las existencias de esta reliquia bibliográfica se agotaron hace mucho tiempo. Como espero que estas antiguas y curiosas reglas de urbanidad resulten interesantes al lector, expondré algunas de las más llamativas, por su profundo contraste con los modos de conducta familiar y social  actuales, dicho sea, excesivamente liberal para las personas de más edad.

“Si en una reunión alguien toma la palabra, es muy feo que una joven esté distraída, que se recueste en la silla, que juegue con la sortija o el abanico, o que mire al suelo, pues con esto denota que la conversación no solo le fastidia, sino que hace poco caso a la persona que está hablando”.

“Cuando una joven sale con su madre, algún pariente o persona a quien debe respetar, debe cederle la derecha, arreglar su paso al suyo, y ofrecerle con el mayor respeto el brazo si lo cree útil y agradable”.

“Se forma mal concepto de la joven que pasando por el lado de un hombre desconocido, se vuelva hacia él con el semblante de modo que haga creer que tiene interés en el hombre”.

“Cuando la joven salga de paseo acompañada de sus padres y éstos se parasen para hablar con alguien, la joven debe separarse lo suficiente para no oír lo que estén conversando”.

“En una conversación una joven debe medir las palabras antes de hablar, tener una prudente reserva, ser modesta y estar en silencio; porque el silencio es el mejor ornato de la mujer”.

“”Es insigne vileza hablar mal del prójimo cuando está ausente; y porque quien habla mal de uno, puede hablar igualmente de nosotros”.

“La joven bien educada no debe hablar de edades en presencia de ancianos, de salud a los enfermos, ni de convites suntuosos a personas que sólo tienen lo necesario para vivir; ni de la cultura a quienes no la poseen”.

Por último: “En una reunión en el hogar, a la que acudan personas extrañas a la familia, la joven debe tomar asiento cuando estén acomodados sus mayores y demás personas. Si se encuentra sentada y llega otro asistente, y no hay más asientos, deberá ceder el suyo al recién llegado y permanecer de pie durante la reunión, manteniéndose derecha, sin moverse, gesticular, tocarse el cabello o el vestido”.

Las consideraciones que puedan merecer estas normas de urbanidad para uso de las señoritas de hace 153 años las dejo a criterio del lector; pero parece oportuno que, salvo lo que puedan parecer ridiculeces, cursilerías o posturas rígidas, casi de disciplina militar, si no en las formas sí en el fondo, convendría que se enseñasen y practicasen los buenos modales y mutuos respetos desde la infancia para que, de adultos, la convivencia familiar y social no fuese tan despreciativa y agresiva como, de forma creciente, ocurre en nuestros tiempos, en los que hasta los más pequeños esgrimen sus derechos (los que tienen y los que se inventan), y eluden sus obligaciones con malos modales.

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Al hilo de la cuestión, referiré que hace tiempo sostuve correspondencia con un japonés con el que compartía la afición de coleccionar sellos de correos. Hicimos amistad y en una ocasión le pregunté por qué los japoneses eran tan corteses y ceremoniosos entre sí. Me contestó: “Somos muchos habitantes y vivimos en un pequeño territorio, por lo que sin cortesía y urbanidad sería imposible la convivencia”.

También nuestras populosas ciudades vienen a ser como islas superpobladas, llenas de molestias y roces, y no practicamos en general las convenientes reglas de urbanidad, que ni siquiera se imparten en la enseñanza pública, dando lugar a muchas situaciones de incomodidad e irritabilidad, como por ejemplo:

Hacer tertulia en las aceras impidiendo el paso de los demás transeúntes. Sonar el claxon a la más mínima interrupción del tráfico, aunque la causa sea la bajada de una persona inválida de un vehículo. Dejar el excremento del perro en la acera. Aparcar el coche rebasando el espacio necesario, impidiendo el aparcamiento de otro vehículo. Gritar cuando alguien está comunicando algo o para llamar la atención de una persona que se encuentra lejos. Dirigirse de forma grosera y desconsiderada a las personas de edad como si se tratasen de camaradas. No respetar las señales del paso de peatones tanto por parte de éstos como de los conductores de vehículos. Y un largo etcétera que hace tan incómoda e insufrible la convivencia ciudadana.

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